El Camino de las Heridas

"El camino de las heridas" El Blog de SimplementeVelasquez

DE AVALANCHA EN AVALANCHA

El amor incondicional suele ser centro de mis historias cuando escribo por catarsis, y la razón está en mi historia familiar, una historia con la que muchas podemos identificarnos por muchas razones que ahora no vienen al caso, pues lo importante es saber que estas heridas, de no sanarse a tiempo, hacen eco en nosotras por el resto de nuestras vidas arruinando todo lo que pudo ser bueno.

Quienes me conocen, saben que hace años que voy a terapia, pero durante todo el tiempo que he estado trabajando en mí, esforzándome en crecer y sanar, no siempre estuve dispuesta a ver todas mis lesiones, porque su existencia resultaba demasiado dolorosa de reconocer, tanto, que por años fue más fácil fingir que no existían. Pero fingir requiere de mucha energía, porque nadar sin saber a dónde ir termina por dejarte en medio de la nada sin fuerzas para seguir evadiendo un dolor que agota, un dolor capaz de convertir cualquier vaso con agua en un océano de dolores innombrables.

En nuestras culturas, existe la creencia de que no hablar de un problema, hace que este desaparezca por cuenta propia sin que tengamos que hacer nada. Pero rara vez (si acaso alguna) este es el caso, y lo que a menudo termina sucediendo es que eso de lo que no nos atrevimos a hablar, eso que no quisimos mirar por miedo a sangrar, termina explotándonos en la cara causando una destrucción inconmesurable. Los problemas que no se nombran son como una bola de nieve que comienza creando pequeños tropiezos, luego problemas complejos, y finalmente avalanchas que van borrando oportunidades, amistades y amores porque a su paso nunca queda nada.

He vivido de avalancha en avalancha por años, y luego de muchas pérdidas —algunas irremplazables—, he tenido que armarme de valor para salir a terapia con el pecho descubierto, dispuesta a soportar el equivalente de una cirugía de corazón abierto. Pero no hay otra manera de sanar los dolores viejos, es necesario quitarse armadura y anteojera para ser capaces de ver todo lo que debemos desinfectar para siquiera tener la oportunidad de una vida plena.

El trabajo psicoterapéutico, no me cabe dudas, es necesario cuando sobrevivimos a todas nuestras heridas y esperamos lograr una vida tranquila, porque sencillamente no es viable vivir únicamente reaccionando y reviviendo el pasado en todo lo que haces, y con todos a quienes amas. Sería como creerse capaz de hacer el Camino de Santiago mientras te desangras.

LO QUE SOLÍA CREER

Empecé a ir a terapia a los veinte años, y aunque el proceso no ha sido ni lineal ni constante, durante este tiempo he logrado avances importantes que me han dado la capacidad de tomar cada vez mejores decisiones, que me han ayudado a entenderme, a identificar las cosas que siento, y en escasas ocasiones, hasta a identificar la verdadera razón de lo que siento. Y es que no es posible tomar buenas decisiones si lo único que haces es reaccionar a lo acumulado, actuar frente a lo pasajero, y huir de lo que no entiendes.

Solía creer que usar la psicoterapia para entender mi pasado y mis decisiones sería suficiente para poder cerrar esas heridas que tanto dolor me causaban. Creía que entendiendo a quienes me habían hecho daño y entendiendo mis circunstancias lograría cerrar los ciclos del pasado que seguían haciendo eco en mi vida actual. Y sólo ahora sé lo ingenua que fui. No es así como funciona.

Resultó que para poder cerrar ciclos y heridas por igual es necesario integrar mi pasado, no olvidarlo.

Integrar es un término que no entendí por mucho tiempo, y que al principio, cuando no sabes nada de la mecánica de tus propios procesos emocionales, puede sonar contraintuitivo porque tenemos la falsa creencia de que el objetivo de todo ese trabajo es olvidar nuestros dolores, cuando en realidad el objetivo es ser capaces de recordarlos sin que nos desajusten, sin que disparemos una respuesta automática, sin volverlos a sufrir porque ya han sido procesados y comprendidos. Y cuando esos dolores pasan a formar parte de nosotros, es cuando pueden ayudarnos a evitar que esas heridas vuelvan a abrirse o se repitan.

Todo lo que no integramos nos persigue y tiene el potencial de convertirnos en personas abusivas, inseguras, maltratadas, violentas y hasta en una mezcla de todo eso, robándonos así la oportunidad de construir relaciones sanas y seguras. Las cosas que nos negamos a procesar por miedo, terminan causándonos nuevas heridas, porque pueden distorsionar nuestra percepción del mundo y hacernos sentir que somos los errores que cometimos. Como si nuestras equivocaciones nos definieran, como si cada mala decisión que hemos tomado ahora fuera parte de nuestra personalidad y no algo circunstancial, pasajero.

Fueron todas mis heridas no integradas, todos esos dolores causados por el abandono, el maltrato, la traición, el desamor, la negligencia y la falta de empatía, las que lograron convencerme de que yo no merecía nada bueno. Porque quienes causaron esas heridas y traumas, decididos a no asumir responsabilidad alguna sobre el daño que hacían, me hicieron creer que su abandono, su maltrato, sus repetidas traiciones; el desamor, la negligencia y la falta de empatía a la que fui sometida era mi culpa. Y eso definió, muy dentro de mí, mi forma de valorarme. Ahora lo entiendo.

Y esto no quiere decir que yo no tenga responsabilidad sobre mis heridas, que sí la tengo, pero es necesario que seamos capaces de separar nuestras responsabilidades de las ajenas. Y no debemos hacernos responsables de las decisiones que otros tomaron, ni podemos asumir la responsabilidad sobre lo que otros han hecho, aunque nos hicieran daño. Nuestra capacidad de entender el pasado de una forma que no nos sume juicios y culpas, depende de que podamos diferenciar lo que nos pasó de lo que hacemos con eso.

Sin embargo, lo más difícil después de entender por qué sientes que no vales nada, es separar tu valía de tu pasado, porque lo que esas personas que nos fallaron —y siguen fallando— se empeñen en creer de nosotros, dice todo de ellas y nada de nosotros. Lo que valemos, el amor y la felicidad que merecemos no puede depender de lo que personas incapaces del amor (que ni siquiera se han molestado en rectificar o reflexionar) piensen o sientan. Todos merecemos respeto, amor incondicional y ser felices, sin importar lo que quieran creer quienes nunca se han tomado la molestia de construir una verdadera conexión con nosotros.

DECONSTRUYENDO IDEAS

Y es aquí en donde me encuentro hoy, deconstruyendo, superando la errónea idea de que debo percibirme y entenderme a través de los ojos y la aprobación de quienes no me conocen, esas personas que únicamente han puesto su energía en tratar de mantenerme atada a la idea que tienen en su cabeza de lo que yo soy, esa idea que les permite seguir siendo quienes han sido hasta ahora sin necesidad de crecer, madurar o cambiar nada. Quieren un mundo estático y geométrico como el de los cuadros de Picasso, porque eso es más cómodo que reconocer que se han negado la oportunidad de ser mejores.

Pero yo ya no soy esa persona que otros quisieran, no soy esa persona dispuesta a romperse para complacer a quienes no le aportan nada a mi vida. Ya no soy la que siempre estuvo dispuesta a callarse, ni la que habría sacrificado todo por una esquina de cariño fingido; tampoco soy ya la niña aterrorizada de quedarse sola, porque la realidad es que siempre he estado sola.

Si para conservar a ciertas personas en mi vida tengo que anularme, disfrazarme, romperme y dejar de existir en el sentido más profundo, y eso le parece bien a todos ellos, entonces esas personas por quienes estaría sacrificando mi vida entera y mi felicidad, en realidad no me aman, porque así no es como funciona el amor.

El amor no puede existir en el narcisismo, en el egoísmo, en el miedo o en el deseo de cambiar a quien decimos amar. No. El amor existe cuando aceptamos al otro total, completamente, y sin condiciones. El amor existe en el deseo de la felicidad del otro, en la contemplación de su libre albedrío sin intervenir, en la necesidad de construir una conexión verdadera para conocernos y ser capaces de compartir una parte de nuestras vidas sin miedo ni recelos de las diferencias. El amor únicamente puede existir en el amor.

Bien lo dice la académica y autora Brené Brown: «sólo somos capaces de construir con otros una conexión tan profunda como la conexión que seamos capaces de construir con nosotros mismos». Vuélvanlo a leer las veces que sea necesario.

MI OBJETIVO

Mi objetivo ahora, cuando me reconozco en este proceso de reconstrucción, es lograr una conexión verdadera y profunda conmigo misma, porque finalmente y sin importar nuestro pasado o el tamaño de nuestras heridas, todos nos cansamos de descubrirnos en relaciones superficiales, y llegado el momento, terminaremos por quedarnos sin espacio en el corazón para seguir acumulando cicatrices.

Por eso, mientras trato de sanarme, lo único que puedo hacer es saber que hoy me veo y me conozco mejor ayer; sólo puedo aceptar que yo no perdí a esas personas que ya no están en mi vida, pero ellos perdieron a alguien que sí los amó. Mientras culmino este largo y accidentado viaje decido ser mi prioridad, decido amar como si nunca nadie me hubiese fallado, decido creer que la felicidad y la paz interior, me esperan a la vuelta de la esquina.

En nuestras vidas, las oportunidades no aparecerán como el billete dorado de Willy Wonka, sino como un prado para contemplar, un atardecer para mantener viva nuestra capacidad de maravillarnos; quizás como una canción que nos enamore otra vez de nuestras propias vidas, unos labios para soñar, o unos ojos a los que puedas asomarte para finalmente ser testigo de cómo alguien te ama. Las oportunidades se encuentran en todo lo que nos parece hermoso, y en nuestra capacidad de ser felices con las cosas simples y pequeñas. El amor no necesita joyas, ni la paz interior de montañas, o la felicidad de un coliseo. Cada amanecer es —y siempre será— una nueva oportunidad de reconstruirse.

Recorran el camino de sus heridas, vayan a terapia y sanen, que la felicidad, la paz interior y el amor sólo son posibles cuando hacemos espacio para lo bueno.

Gracias por leerme,

Lou Velásquez
Narrativa para almas despiertas



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