
En una era en donde los dogmas, la trivialidad, los fake news, y la post-verdad dominan los feeds de nuestras pantallas, lo verdaderamente revolucionario es no perder nuestra capacidad de pensamiento crítico.
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Lou Velásquez / @SimplementeVelasquez.com
Octubre, 6. 2025
Vivimos en una era peculiar. Nuestras pantallas son un campo de batalla donde los fake news y la post-verdad dominan el tablero de noticias. La información, manipulada y sesgada, llega a raudales, diseñada para suscitar emociones, no reflexiones. En este paisaje digital saturado de ruido, lo verdaderamente radical, lo auténticamente revolucionario, no es compartir otro titular sensacionalista, sino ejercitar el músculo más subversivo que poseemos: el pensamiento crítico. Esa capacidad de hacer una pausa, de cuestionar la fuente, de buscar la grieta en el argumento, de no tragar entero.
En un mundo que te urge a reaccionar, pensar es una forma de resistencia. Hoy, la única forma de verdaderamente rebelarse contra un sistema que nos enguye para transformarnos en una masa descerebrada y controlable, es negarse a ser un simple repetidor de consignas y convertirse en un filtro consciente.
En este contexto, y reflexionando sobre el tipo de contenido que hago para mi propio blog, algo que es una insignia de mi marca personal como autora, como creadora, y como especialista de marketing, surge una pregunta inevitable: ¿Por qué nunca he hecho contenido más comercial para mi propio blog? Sin duda me ayudaría con el tráfico, con las ventas, y mi posicionamiento como novelista y creadora.
La respuesta es simple y deliberada: porque no me da la gana. No es que no lo haga por necia, o pereza, no. No lo hago por principios.

En un ecosistema comunicacional global que premia la viralidad sobre la profundidad, el engagement sobre la veracidad y la personalidad de marca sobre la personalidad auténtica, elegir la autenticidad es un acto político. Es un voto en contra del ruido.
El contenido comercial, por su naturaleza, a menudo debe empaquetarse en formatos probados, seguir tendencias y, en última instancia, servir a un algoritmo antes que al alma humana que lo escribe. Se convierte en un producto, y yo no aspiro a ser una vendedora. Mi única y más grande aspiración, es la de poder ser cada vez más yo, cada día más auténtica.
Aspiro a ser una voz, que aunque sea pequeña, inspire razón, respeto y empatía. La autenticidad se ha convertido en la moneda más escasa y, por tanto, la más valiosa. Es el contraste necesario en un mundo que constantemente nos impulsa a actuar, a fingir, a optimizar nuestras vidas para el consumo ajeno y a moldear nuestras opiniones para que sean más comerciales y vendibles.
Escribir con la libertad de la convicción genuina, sin la presión de monetizar cada pensamiento o cada idea, es reclamar un espacio de libertad intelectual. Es un lujo, sí, pero también es una trinchera para una guerra que hoy se libra a través del control de la identidad y la información.
Y es en esa trinchera donde nos vemos obligados a recordar el deber de resistirnos a venderlo todo, porque al final, este no es un debate sólo sobre estrategias de contenido. Es una cuestión ética mucho más profunda. Nuestro deber, como individuos que navegan esta realidad hiperconectada, es resistirnos a la presión de subastar nuestra integridad. Debemos negarnos a vender nuestra identidad a cambio de la posibilidad efímera de ganar seguidores, pero no amigos; de acumular influencia, sin causas ni principios que la guíen; y de obtener dinero a costa de la evolución de nuestras propias conciencias.
Cuando todo tiene un precio, incluyendo nuestras ideas más íntimas, el alma se empobrece. Y yo estoy convencida de que la verdadera riqueza reside en tener algo que no estés dispuesto a vender: tu capacidad de discernir, tu derecho a dudar, y la soberanía incuestionable sobre tu propio yo. Proteger eso es la batalla más importante de nuestra era.
- Entre la perseverancia y la locura
- La vida que pensé que tendríaEntonces, apenas hoy, comprendo que estoy en medio de un proceso de luto, que si bien me ayudará a hacer espacio para cosas nuevas, tal vez no termine nunca. Me sorprende descubrir que estoy llorando la vida que pensé que tendría, porque este es un luto del que no se habla nunca, no porque no queramos, sino porque rara vez lo notamos. Es un dolor, de muchas formas, invisible.
- RaícesEn estos tiempos de caos, pienso que es muy necesario que reevaluemos la forma en la que hemos estado viviendo, no sólo como individuos, sino como sociedad. La falta de profundidad ha producido una crisis que amenaza nuestra existencia como especie, sí, pero también nos ha robado el significado y la posibilidad de construir una vida plagada de paz, ataraxia, amor y seguridad.
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