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Esta es una opinión muy personal sobre la representación de las historias LGBT en la literatura y el cine, de ninguna manera es una afirmación sobre una situación delicada, y muy compleja.
Nota de la autora: sin querer, esto me ha quedado un poco largo, por favor tengan paciencia y lean hasta el final, de verdad creo que valdrá la pena.
Si siguen algún medio o cuenta queer desde hace más de un año, al leer o ver un video sobre las películas lésbicas del mes (o el año) ya se habrán tropezado con la insistente pregunta «por qué las historias de amor entre mujeres suelen tener finales tan trágicos», incluso en las series de tv que parecen tan solidarias con la causa igualitaria.
La respuesta corta es, que en el mundo real, los finales felices empezaron a ser posibles —apenas— hace mas o menos una década. Porque, muy a pesar de que hoy conozcamos muchas historias verdaderas con finales relativamente felices, gracias a documentales y reportajes, la verdad es que en épocas pasadas los finales felices nunca fueron la norma.
Para dar un poco de contexto al proceso de transición por el que estamos pasando, tenemos que revisar un poco la historia y el propósito de la tragedia, que tienen origen en la antigua Grecia. Y sí, que las tragedias tenían un propósito.
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La tragedia griega

La tragedia es un género dramático precursor del teatro moderno, pero que tenía un objetivo claro: educar. Originalmente, las tramas giraban en torno a un héroe que debía vencer un destino que ya había sido marcado por los dioses y el propósito de la historia, normalmente era resaltar las virtudes humanas más valoradas durante la época y plantear conflictos morales que ejemplificaran las preocupaciones sociales, promovieran el orden y las responsabilidades. Pero, por supuesto, que no sería posible motivar reflexión ni rectificación alguna, sin aludir a las emociones más básicas: el amor, el odio, el deseo de venganza, la lujuria y la tristeza. Es probablemente por esta razón que los héroes en las tragedias griegas solían representarse como mejores personas que los demás, alguien que no merecía castigo alguno y cuya misión ha sido justificada por las cosas que siente, pero que inevitablemente no puede cumplir por disposición de los propios dioses, leyes o alguna otra razón de índole similar. Es por esto que la caída del héroe nunca era al azar o por crueldad, tenía siempre que ver con una lección que debía ser aprendida o con una norma que se debía cumplir a pesar del dolor, las pérdidas y la propia tragedia. Era así como se ejemplificaba la obediencia y se exaltaban los valores que la sociedad requería: con la muerte del héroe, con la pérdida del amor verdadero, o la pérdida de la dignidad y el respeto. Los antiguos griegos estaban convencidos que a través de esta catarsis, de este sufrimiento ficticio representado en la tragedia, el pueblo podía deshacerse o mitigar las emociones bajas para salir de la obra con la voluntad de ser mejores ciudadanos, en un intento por imitar al héroe.
Durante el renacimiento inglés, las antiguas tragedias cobraron valor dándole fuerza a la dramaturgia de la época, las obras comenzaron a reflejar de esta manera el estado de ánimo de los pueblos y a replantear el centro y los objetivos de la historia volviendo la mirada hacia una nobleza que actuando con desmesura o impulsivamente, lo perdía todo. Durante esta etapa, las tragedias comenzaron a acercarse al hombre común, planteando sus luchas, sus deseos de surgir y sus críticas sociales.
Tenemos buenos ejemplos de autores de la tragedia clásica renacentista en Voltaire y Shakespeare, quien plantea a una nobleza que sufre de un único defecto que siempre termina siendo la razón de su caída, convirtiendo así a la ambición en el motivo de la caída de Macbeth, y al mal juicio en el final del rey Lear. De la época moderna, es posible mencionar a Tennesse William, quien planteó el problema del machismo y la ambición del proletariado en un nuevo tipo de tragedia que nos muestra hombres y mujeres imperfectos que solo buscan cumplir sus sueños o recuperar lo perdido; y a Anton Chejov, quien plantea en algunas de sus obras la fragilidad de la naturaleza humana.
Lo que todas las tragedias literarias tienen en común, es el planteamiento de un principio fundamental para la supervivencia del alma, del amor o del héroe, y todos los conflictos morales y/o filosóficos al que este principio nos enfrenta. No son cosas al azar, son asuntos sobre los que el autor nos quiere hacer reflexionar y cuya importancia espiritual, cultural o social, ha ido cambiando con la evolución de la sociedad y las nuevas necesidades de inclusión requeridas para poder vivir en paz unos con otros.

Podemos sacar dos conclusiones importantes de este leve repaso. Una es la seguridad de que la tragedia, como género literario, tiene el objetivo fundamental de generar emociones que faciliten la comprensión de un planteamiento o conflicto de importancia social, moral, política o cultural. Y también podemos concluir que este recurso sigue siendo muy relevante y necesario hoy en día para generar la empatía y las emociones que hacen falta para la aceptación de los cambios sociales que estamos viviendo, porque en muchos lugares prevalece la idea de que somos distintos y por lo tanto enemigos. Pero la sexodiversidad, el feminismo, el color de la piel, el género, el amor, la compasión por los animales, no nos hace distintos, nos hace humanos. Y las tragedias literarias han sido (y son) una herramienta para humanizar lo que se ha pretendido deshumanizar para poder aplastar sin remordimientos, por eso es tan importantes conservarlas mientras haga falta.
«Es un tema complejo, como escritora lo he abordado algunas veces a través de algunos personajes. No pertenezco al colectivo LGTB, pero me interesa la inclusión. Mis personajes, tienen un final feliz, no me había planteado otra cosa. Creo que como es un tema relativamente nuevo, se lo quiere abordar con «profundidad», pero muchas veces se confunde la seriedad con la tragedia. En teatro, esto sucede mucho, sobre todo cuando se trata de estudiantes, que a menudo creen que un dramón es más profundo. Luego, está también la censura velada, es decir: «abordo el tema, soy inclusivo, pero». Es un tema que está creciendo y que va a madurar y a cambiar junto con las sociedades y la integración de las diferencias entre nosotros».
—Silvana Sant, Escritora
La falta de finales felices
Muchas veces, medios de temática sexodiversa han publicado piezas en las que se denuncia la falta de finales felices y se acusa a los creadores de películas, series de tv y novelas de lesbofóbicos, homofóbicos y otras especias, por no darle un final feliz a la heroína lesbiana. He leído sobre esto una y otra vez hasta el cansancio, pero no siempre estoy de acuerdo.
La inclusión de personajes sexodiversos en películas o series de tv que los presentan como personas normales, dignas de respeto y consideración es muy reciente, ya que hasta hace muy poco cada lesbiana incluida en una película o serie era generalmente representada como ignorante, problemática o sencillamente odiosa, en parte, porque la idea era mantener la deshumanización que justificara su presencia en las pantallas (lo que no se humaniza, no existe). Y la realidad, es que por la discriminación, el maltrato y el rechazo que sufrimos, no solo familiar sino también, social e institucional, muchas lesbianas viven situaciones que no les permiten el acceso a educación, estabilidad financiera o emocional.
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Las personas gays, lesbianas y transexuales son entre 3 y 7 veces más propensas al suicidio y las adicciones. Esta es una realidad. Muchos vivimos con las heridas abiertas que nos ha dejado el tener que lidiar a diario con la desaprobación, la oferta de un amor familiar condicionado y la discriminación. La homofobia internalizada y las enfermedades mentales forman una gran parte del universo de la sexodiversidad, no porque seamos malas personas, o menos o peor que los demás, sino porque para simplemente poder existir y ser capaces de vivir nuestras vidas, debemos librar batallas muy duras que dejan heridas muy profundas y difíciles de cerrar. Aceptarnos como distintos en un mundo que cada vez más condena todo lo diferente, para muchos sigue siendo una batalla imposible porque tenemos que crecer a merced de demasiadas creencias —ideas— que han modelado nuestra existencia desde el principio. La iglesia, la política, distintas culturas, prejuicios personales, ideas de moralidad y ética distorsionadas por el deseo de control de los unos sobre los otros.
Son demasiadas las cosas que tenemos que desaprender, reaprender, procesar y aceptar para ser capaces de existir sin sentir que debemos pedir perdón por ser nosotros; para ser capaces de existir sin avergonzarnos por el amor que sentimos, sin creer que tenemos que escondernos para no ofender a nadie, sin sentir que tenemos la obligación de disculparnos por ver el mundo de una forma distinta. Imaginen entonces por todo lo que tienen que pasar las personas que no sufren ninguno de estos problemas, para aceptar que el amor puede existir en cualquier forma pero que no sienten la necesidad íntima y personal que nosotros sentimos de cuestionar las convenciones sociales, las cosas que sienten ni el mundo a su alrededor. Yo creo que es en esta comodidad en donde radica mucha de la ignorancia, falta de entendimiento y compasión.
Realmente no creo que el resultado, tantas veces trágico, que vemos en películas o series de tv tenga mucho que ver con homofobia sino con ignorancia, pues todavía hay demasiadas personas sin conciencia de la necesidad de ejemplos positivos que ayuden a cambiar la idea de que todas las personas queer cabemos en alguna caja en donde se nos puede etiquetar y generalizar. Creo que la falta de historias LGBT con finales felices tiene más que ver con la imitación de la realidad, con la ignorancia y los estereotipos, que con un intento conciente y deliberado de quitarnos ese algo, esa posibilidad, esa esperanza de que sí podemos ser lesbianas (o gbti) y felices al mismo tiempo.
Las luchas han sido el tema común para la mayoría de nosotros por muchos, muchísimos, siglos; algo que apenas ahora empieza a cambiar con las nuevas generaciones que tienen la oportunidad de crecer con modelos positivos a seguir (aunque sean pocos), con igualdad de derechos y con representaciones justas y dignas en el mundo artístico, político y social. Es apenas ahora cuando los finales felices comienzan a ser realmente posibles, pero antes de este siglo, lo único que todas las vidas sexodiversas tuvieron en común fue el miedo; el miedo a que alguien se diera cuenta y te denunciara, el miedo a la cárcel por amar, el miedo al destierro familiar, el miedo al odio de todo aquello que no se comprende; el miedo a la vergüenza, el miedo a la violencia que se conjuga en la ignorancia; el miedo a enamorarse y perderlo todo por amor. He aquí nuestra tragedia común: el miedo.
Quienes escribimos, podríamos escribir sobre nuestros sueños, fantasías o ilusiones, pero es el miedo con lo que hemos tenido que lidiar a diario por siglos y contra lo que todavía luchamos. Todas las artes son de una u otra forma una expresión de la realidad, y no importa si la realidad reflejada es la interior o la exterior, lo único que importa es la realidad que queremos expresar; y en esta realidad en la que crecimos y en la que todavía tratamos de vivir lo mejor que podemos, los finales felices han sido escasos porque el miedo ha sido una de las fuerzas mas poderosas a la hora de ejercer la opresión o inspirar omisiones. Entonces, cuando escribimos y drenamos, lo que nos queremos sacar es el miedo y todo lo que vino con él: todo ese dolor, soportado o autoimpuesto; y las pérdidas, todas, incluso aquellas de las que no se habla.
Nunca he escuchado a una persona heterosexual quejarse porque una historia de amor tenga un final trágico, al contrario, se dice que las tragedias románticas cuentan algunas de las más hermosas e inolvidables historias de amor. ¿Por qué? Porque para la persona cisgénero y heterosexual común, no existe la falta de finales felices. La realidad es que las historias pueden o no tener un final feliz porque la vida misma es así y su condición socialmente privilegiada les ha enseñado que cualquier historia puede tener un final hermoso o uno atroz. Sin embargo, las obras y películas que se consideran como las mejores, las clásicas, las que han sentado precedente en el cine y la literatura, son las historias que resultan trágicas por una razón o por otra; porque se sacrificó la vida a cambio de la posibilidad del amor, porque se eligió la libertad de amar por encima de la vida, porque se sacrificó el amor a cambio de la felicidad de la persona a la que se ama, porque el deseo de venganza los hizo perder todo lo de verdadero valor. Las historias de amor trágico son algunas de las mas valoradas y sería imposible contabilizarlas, pero puedo recordar: La sirenita (el cuento original), Romeo y Julieta, Cyrano de Bergerac, Cumbres borrascosas, Casablanca, La mandolina del capitán Corelli, Historia de Amor, El paciente Inglés, Relaciones peligrosas y Los puentes de Madison County. Y estas son solo algunas de las historias consideradas como clásicos de la literatura y/o el cine, que no tienen un feliz. Pero si analizamos bien la moraleja de todas estas historias, entenderemos que hay siempre una lección que aprender o un principio que exaltar, pues todos los personajes tuvieron motivos válidos para tomar las decisiones que tomaron, todos enfrentaron una fuerte disyuntiva y todos sacrificaron algo de mucho valor, por otra cosa que consideraron igual de valiosa.
Algunas de las decisiones que hemos visto o leído en estas historias nos enfrentan con decisiones imposibles, con realidades que le resultan ajenas a mucha gente porque rara vez han tenido la oportunidad de notar que las cosas no siempre pueden ser blancas o negras, porque la vida es complicada; los seres humanos también somos muy complicados y deberíamos siempre negarnos a juzgar una decisión que alguien más ha tomado sin conocer todos los lados de la historia ya que de otra manera nos arriesgamos a ser injustos (no que a muchos les importe). Y es precisamente para esto que sirven las tragedias, para mostrar ese otro lado de la historia, el lado humano de esa persona a quien de otra manera se habría juzgado duramente sin hacer siquiera el intento de ponerse en sus zapatos o entender sus razones.
la casi extinta tragedia queer
Las tragedias han servido a muchos propósitos a lo largo de la historia, han generado empatía por el héroe que lo sacrificó todo por amor aunque ese amor se considerase inapropiado; han creado admiración por la heroína que fue capaz de salvarse a sí misma a pesar de una cultura esencialmente machista, han inspirado respeto por el rebelde que rompió las reglas cuando estas le parecieron injustas, pero sobre todas estas cosas, las tragedias tienen la especial cualidad de hacernos entender aquello sobre lo que de otra manera jamás habríamos reflexionado.
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En la medida en que la inclusión ha ido ganando terreno y la sociedad se vuelto más tolerante, las historias en el cine y la literatura han ido cambiando para adaptarse a los nuevos paradigmas. Y la representación queer en las artes ha ido lentamente pasando de ser mayoritariamente negativa a ser predominantemente positiva y digna. Ya no vemos tan seguido la representación del hombre homosexual como objeto de burlas y chistes, ni tampoco es ya tan frecuente ver la representación de las chicas o mujeres lesbianas como el origen de todos los problemas, los crímenes, o representadas como personas iletradas, ignorantes y ordinarias. Hemos logrado cambiar la vergüenza, el subtexto y la negatividad de Calamity Jane, Gia Carangi (Gia, 1998) y Aileen Wuornos (Monster, 2003) por las representaciones positivas y los finales felices de Luce (Imagine me & you, 2005), Carol Ayrd (Carol, 2015) y Abby (Happiest season, 2020); y también cambiamos la homofobia internalizada y el miedo de Ennis Del Mar en (Brokeback mountain, 2005) por la aceptación y la naturalidad de Simon en (Love, Simon, 2018).
No digo que no hagan falta más finales felices, no. Lo que digo es que los tiempos están cambiando y nos traerán, en un futuro no muy lejano, todos los finales felices que siempre hemos querido tener.
Creo que en la medida en la que los más jóvenes nos vayan relevando, muchos más finales felices comenzarán a aparecer naturalmente, porque las nuevas generaciones tendrán que librar menos batallas, soportar menos dolores y —con suerte— tendrán que aceptar menos o ninguna pérdida. El mundo está cambiando y este cambio se notará en las artes más pronto que tarde. El momento para hablar sobre homofobia y discriminación pasará, y por algún tiempo muchas historias se contarán como se cuentan hoy las anécdotas y tragedias sobre guerras pasadas: como un recordatorio de todo el sufrimiento que somos capaces de causar cuando abandonamos nuestra humanidad. Y con mucha suerte, si alguna vez llegamos a superar esta etapa y evolucionamos, estas historias no tendrán que ser contadas nunca más.
Algunas películas queer con finales tristes: Portrait of a lady on fire, Ammonite, La vie d’Adele, Tell it to the bees, Desert hearts, Mädchen in Uniform, película que inspiró Loving Annabelle, Boys don’t cry, Brokeback Mountain.
Estas películas tienen finales felices: Happiest season, Summerland, Carol, Professor Marston and the wonder women, Season of Love, Elena undone
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