Dios ¿es amor?

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Si de niña alguien me hubiera dicho que había gente capaz de rechazar a sus propios hijos por amar a alguien de su mismo sexo, probablemente no le habría creído, porque condenar el amor en cualquiera de sus expresiones no tiene sentido alguno desde ningún punto de vista. Sin embargo, actualmente muchos grupos sociales se empeñan en condenar todas las expresiones de amor distintas a lo que “ellos” consideran “normal” basándose en “creencias” enteramente personales, frecuentemente de origen religioso.

Una creencia es el estado de la mente en el que un individuo supone verdadero el conocimiento o la experiencia que tiene acerca de un suceso o cosa; 1)​ cuando se objetiva, el contenido de la creencia presenta una proposición lógica y puede expresarse mediante un enunciado lingüístico como afirmación. 2)​ Básicamente, creer significa «dar por cierto algo, sin poseer evidencias de ello.” (Fuente: Wikipedia)

Creo que la mayoría de nosotros hemos visto salir estos destructivos prejuicios —basados en creencias— de nuestras propias familias y amistades cercanas, pues son la expresión de tabúes, malas interpretaciones o manipulación de textos religiosos y por supuesto, miedo. 

El miedo es parte de nuestra herencia evolutiva, y hace miles de años cuando nuestro principal objetivo consistía en sobrevivir el día, el miedo era una herramienta útil que nos impulsaba a cuidarnos de todo lo que nos era desconocido con el fin de establecer siempre una vital distancia a favor de la propia vida. Pero, pensar que este miedo primordial a otras personas por ser distintas o pensar de otra manera sigue siendo necesario es un sinsentido, especialmente hoy cuando el avance de la ciencia, la psicología y las ciencias sociales solo corroboran que no hay peligro en las diferencias, sino en el rechazo visceral a lo distinto por las razones que sean.

Una civilización se define como un colectivo que agrupa y comparte una misma religión, cultura y conocimientos, y aunque todos estos elementos han formado parte de nuestra evolución como sociedad, la verdad es que muchas de las ideas que formaron parte de nuestro desarrollo como civilización debieron haberse adaptado o desechado hace mucho tiempo, pero se han tropezado con creencias que se empeñan en evitar un cambio que a la larga sería a favor de la paz y la cooperación.

Y no es difícil entender por qué tanta gente se opone a los cambios culturales, sociales, políticos y hasta emocionales, pues el cambio representa la abolición de lo que conocemos para dar paso a algo que no conocemos. Una vez que las cosas dejan de ser como eran ¿cómo podríamos imaginar algo que nunca hemos visto en su lugar? Pero decir que la violencia, el odio y el rechazo son la solución para la integración, la convivencia pacífica y la protección de la familia significa escoger la ceguera en vez de la contemplación.

Decir que los comportamientos instintivos (como el miedo a lo desconocido) siguen siendo válidos y necesarios hoy día es decir que no hemos evolucionado, controlado nuestro entorno y elevado nuestros índices de supervivencia a través del avance de la cultura y el entendimiento de la naturaleza que la ciencia nos ha proporcionado.

«Extrañamente parecemos estar al borde de una nueva etapa de oscurantismo en la que se niega la ciencia y se superpone la religión a la espiritualidad y el bienestar común, una paradoja que la mayoría prefiere ignorar o simplemente no es capaz de ver.

Para quienes creemos en Dios (aunque no nos identifiquemos con ninguna religión) las contradicciones religiosas han sido siempre muy obvias, y nos ha tomado mucho tiempo y reflexión el poder entender que Dios es una entidad separada de la religión y que por lo tanto, todo el odio, la discordia, el desamor, la discriminación y los prejuicios que infundan una gran mayoría de religiones, no son más que un reflejo de las imperfecciones del Hombre. 

Existen cientos de organizaciones denominadas religiones que funcionan estableciendo una narrativa cultural, reglas y dogmas que condenan el cuestionamiento y promueven la desconexión (emocional y espiritual) para establecer una falsa separación entre Dios y el individuo, y entre el individuo y quienes no comparten su misma religión. Pero Dios no es una religión, ni tampoco es la religión un sinónimo de espiritualidad. 

Dios es amor y no creo que el amor de Dios esté condicionado por nada. Lo único que sí se ha condicionado es la aceptación de las congregaciones religiosas. Recomiendo que reflexionen sobre esto la próxima vez que se sientan juzgados, rechazados o discriminados.


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En el #MesDelOrgullo, la autora LGBT Lou Velásquez comparte esta corta y muy personal reflexión sobre el papel de la religión en la violencia contra las personas #LGBTi y su muy íntima y condensada visión de Dios. ¡Que la fuerza los acompañe siempre!


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